FACULTAD
DE MEDICINA
Universidad
Nacional del Nordeste
14
de septiembre de 2017
Conferencia:
BIOPOLÍTICAS Y POLÍTICAS DEL
CONOCIMIENTO EN LA ERA DEL ANTROPOCENO
Dr.
Augusto PÉREZ LINDO, Ph.D., Profesor del Doctorado en Políticas y Gestión de la
Educación Superior de la UNTREF
Si
como dice el biólogo Humberto Maturana “vivir es conocer” podemos decir que
recíprocamente “conocer es vivir”. Desde esta perspectiva las políticas del
conocimiento son tan decisivas como las biopolíticas para el bienestar de las
sociedades. Por otro lado, para los
profesionales de la salud y de las ciencias biológicas hoy más que nunca es
necesario mantener una visión actualizada de los conocimientos científicos y de
los cambios que se producen en la sociedad respecto del sentido de la vida.
Desde
la Modernidad, con el Iluminismo, se afirma que “el saber es poder”, como
sostuvo Francis Bacon. El punto de vista
intelectualista ya había sido asumido por Buda, Platón y otros filósofos desde
la Antigüedad. Las vinculaciones profundas entre la evolución de los seres
vivientes y el conocimiento ya eran reconocidas por las culturas primitivas donde los brujos
de la tribu tenían entre sus atributos la autoridad de los saberes y la capacidad
para curar enfermedades.
En
la actualidad se dice que entramos en la sociedad del conocimiento porque las
economías y las sociedades dependen de las tecnologías y de las ciencias. Las
biotecnologías nos permiten reproducir y
modificar distintas formas de vida. Estamos creando un mundo sobrenatural. Parece
que tenemos el poder para transformar el mundo de acuerdo con nuestros
conocimientos.
Lo
que aparentemente resultaría la apoteosis de nuestra evolución contiene también
una amenaza. Estamos llegando al límite en nuestra relación con el medio
ambiente. Las catástrofes naturales y sociales se han puesto en el centro de
nuestro sistema planetario. Los informes científicos sobre el calentamiento
global son dramáticos y categóricos. Las
contaminaciones ambientales, la superpoblación del planeta, las explotaciones mineras, el consumo intensivo de hidrocarburos, entre
otros factores, amenazan todos los
equilibrios.
El
17 de septiembre de 2005, hace 12 años, Augusto Thibaud, un biólogo argentino,
profesor de la Universidad Nacional de Luján, murió en la Antártida cuando cayó
en una grieta de 80 metros. Estaba investigando los efectos del calentamiento
de las aguas sobre el derretimiento de los glaciares. Y certificó con su vida
la verificación de su hipótesis. Su muerte merece un recordatorio en esta
conferencia porque buscaba en su investigación científica una respuesta frente
a las amenazas a la vida que se encerraban en los procesos del calentamiento
global.
Estamos
condenados a vivir y sobrevivir mediante el uso de conocimientos. Es decir,
necesitamos de las ciencias y de las tecnologías para asegurar nuestro futuro.
Y por otro lado, contradictoriamente, son los usos del conocimiento aplicado a
la economía o al funcionamiento de la sociedad los que nos amenazan con la
autodestrucción. Estos dilemas ya fueron enunciados por los antiguos griegos en
el mito de Prometeo. Conocer es vivir,
pero también utilizamos el conocimiento para destruir y para autodestruirnos.
De hecho, cerca del 50% del gasto mundial en investigación esta relacionado con
armamentos, defensa y seguridad.
Conocer
es vivir, vivir es conocer, pero cuáles son las articulaciones virtuosas entre
estas dos dimensiones?. La Ecología surgió hacia 1869 con Haeckel para defender
una visión holística de las relaciones entre
la sociedad y el medio ambiente. En el siglo XIX en Europa surgieron las
primeras políticas tendientes a establecer políticas sanitarias que permitieran
controlar el comportamiento de las poblaciones. Michel Foucault vió en esto el
surgimiento de una política de control social, que denominó “biopolítica”. El
bioquímico Van Resselaer Potter creó el concepto de la Bioética en 1971 a
partir de su ensayo “Bioética, un puente hacia el futuro”. Quería prever ante
todo los efectos perversos de los productos químicos y farmacéuticos
Podemos conjeturar que la aparición de teorías
sobre los procesos del conocimiento, las biociencias y sus efectos sobre la
sociedad pueden ser los correlatos del comienzo de la Era del Antropoceno. Esta
denominación surgió en el Congreso
Internacional de Geología que tuvo lugar en Sudáfrica en septiembre de 2006. De
acuerdo con esta teoría a partir de 1950
estaríamos en la etapa evolutiva donde
la intervención humana ha modificado la constitución de la naturaleza como se
puede constatar por los efectos de las explosiones nucleares, de la
contaminación del aire, de la destrucción de millones de árboles, de los
residuos de plástico, etc. Dejamos atrás
el Holoceno que duró unos 12.000 años. Ahora en el corazón de las montañas y en los
mares, en los bosques y en las llanuras, en los cielos y en los glaciares, se
sienten los impactos de nuestra civilización.
Sería
coherente reconocer que a escala global necesitamos políticas que orienten los
usos de las ciencias y de las tecnologías y que necesitamos al mismo tiempo biopolíticas
que nos lleven a crear condiciones de bienestar para todos. En Naciones Unidas
esta preocupación dio lugar a varias declaraciones internacionales reclamando
la instalación de un modelo de desarrollo sustentable.
Uno
pensaría que resulta ilusorio pensar que las comunidades académicas y
científicas puedan influir en el curso de los procesos globales. Sin embargo, fueron
los científicos y universitarios los que llamaron la atención sobre la
necesidad del desarme nuclear en los años de 1970. En la década siguiente Estados
Unidos y la Unión Soviética fueron llevados a firmar acuerdos para el desarme
nuclear debido a la presión de la opinión pública.
Fueron
también científicos, universitarios y gente común, los que desde los años de
1980 vienen presionando por todos los medios y con movilizaciones crecientes
para frenar la contaminación ambiental, para impedir la destrucción masiva de
bosques y de peces, para controlar los impactos de las empresas mineras y
petroleras. Fueron los investigadores de todo el mundo apoyados por miles de
organizaciones sociales los que realizaron el diagnóstico sobre el
calentamiento global y permitieron avanzar en los acuerdos de Tokyo y de Paris.
Peter
Drucker, en su libro “Nuevas realidades” (1990) afirmaba que la creación de una
economía mundial fundada en el uso de las ciencias y las tecnologías tenía como
consecuencia la creación de un nuevo proletariado que él denominó el
“cognitariado”. Los universitarios, los investigadores, los técnicos y
profesionales forman parte de este nuevo proletariado. O sea, son actores
globales. Pueden influir también en el curso de los acontecimientos. En la
actualidad podemos observar, por ejemplo, como pequeños grupos o individuos con
conocimientos técnicos adecuados pueden crear programas para influir sobre los
individuos a nivel de las redes sociales, pueden también generar efectos
perversos paralizando o alterando computadoras de millones de individuos o de
organizaciones.
¿Por
qué deberían converger las políticas del conocimiento y las biopolíticas? Si el
futuro depende de las aplicaciones de las ciencias y de las tecnologías es
evidente que necesitamos establecer orientaciones adecuadas para el uso social
de esos conocimientos. En primer lugar, porque sabemos que con el capital
intelectual existente podríamos resolver problemas tales como el hambre, la
pobreza y las enfermedades masivas. Si hay hambre no es porque faltan alimentos
sino porque faltan políticas sociales adecuadas. Disponemos de los
conocimientos necesarios para multiplicar la producción de alimentos.
En
segundo lugar, las biotecnologías alcanzaron un nivel de desarrollo que las ha
vuelto capaces de redefinir campos tan diversos como la producción
agropecuaria, la medicina, los sistemas de salud, la industria farmacéutica, las
neurociencias, los sistemas de aprendizaje, la matriz energética, etc. También
podemos observar que las empresas bio-médicas han crecido vertiginosamente en
los últimos años.
Desde
la década de 1930 (con el Círculo de Viena) los epistemólogos vienen intentando
explicar las condiciones de la creación y de la acreditación de los
conocimientos científicos. Desde fines del siglo XX se va imponiendo la idea de
que las comunidades científicas y académicas tienen que ser capaces de reflexionar
sobre su propia praxis mediante procesos de autoevaluación. Edgar Morin habla
de la ciencia con conciencia, de la “antropología del conocimiento”. Se trata en todo caso de un proceso que nos
lleva a establecer “políticas de conocimiento” para controlar intencionalmente
lo que estamos investigando y las innovaciones que estamos creando. En esta
línea han surgido en las últimas décadas
los estudios sociales de la Ciencia que dieron lugar a los programas de Ciencia,
Tecnología y Sociedad.
Desde
mediados de la década de 1990 se han venido estableciendo en Argentina pautas
para direccionar la investigación hacia problemas críticos, objetivos
estratégicos o temas vacantes. Esto ya
está incorporado al corpus de la cultura
científica y universitaria en el país y en el extranjero. Sin embargo, sigue
siendo problemático definir las prioridades o detectar los temas vacantes en
los avances de las ciencias.
En
nuestro caso, a pesar de las múltiples declaraciones, todavía no está claro
como la comunidad científica y universitaria enfrenta las condiciones del futuro.
¿Cuál es el sistema de salud que necesitamos para el siglo XXI? ¿Cómo superar el problema social de la pobreza con un modelo
de desarrollo inteligente y solidario? ¿Qué política industrial debemos adoptar
teniendo en cuenta el cambio en la matriz energética? ¿Cómo podemos
industrializar la basura de nuestras ciudades para terminar con situaciones
sanitarias y sociales que podrían resolverse rápidamente con tecnologías
disponibles? ¿Cómo diseñar nuevos sistemas de
transporte ferroviario, aéreo, fluvial y marítimo pensando en el futuro
y utilizando nuevas tecnologías? ¿Cómo mejorar y desburocratizar los organismos
públicos?
La
capacidad que tenemos en Argentina para planificar hacia el futuro es muy baja.
Vivimos en la coyuntura, en las próximas elecciones, en las fluctuaciones del
dólar, en los conflictos políticos. En 2007 la Secretaría de Ciencia y
Tecnología se organizó un ejercicio prospectivo para el 2020 tomando una serie
de sectores de la realidad argentina. Ninguna agencia estatal y ninguna
organización empresaria o sindical recurrió a estos estudios a fin de establecer
políticas para anticipar el futuro.
El
potencial científico, técnico, profesional de la Argentina es muy importante.
Mañana presentaremos aquí un libro que acabamos de publicar en Eudeba donde ofrecemos datos sobre el potencial
científico y universitario. Tenemos cerca de 3 millones de estudiantes en la
Educación Superior, más de 60 mil investigadores, cerca del 25% de la Población
Económicamente Activa tiene estudios superiores. Pero en contrapartida tenemos unos 300.000 graduados universitarios y cerca de 4.500 doctores de todas las disciplinas
trabajando en el extranjero. Lo que quiere decir que sufrimos un gran
desaprovechamiento del capital intelectual disponible. Y esto se refleja en
nuestro subdesarrollo.
Uno
podría pensar que en las universidades se percibe con claridad la importancia
de las políticas del conocimiento. Pero no es así. Pese a que casi todas las
universidades tienen dependencias que se ocupan de los programas de
investigación, no existen políticas del conocimiento en el sistema
universitario. Quiere decir que tenemos un potencial científico y técnico que
no aprovechamos suficientemente porque no establecimos políticas para aplicarlo
en la resolución de problemas del país. El problema es que carecemos de una
“inteligencia colectiva”, trabajamos y pensamos de manera atomizada,
compartimentada.
En
nuestro país, como en otros de América Latina, padecemos el problema de la
recolección y destino final de la basura. Sin embargo, estamos en condiciones
de organizar en tres años la
industrialización de la basura en todas las comunas del país. Disponemos de los
profesionales y de las técnicas adecuadas. Podrían concertarse todas las
facultades de ingeniería, los municipios y los gobiernos provinciales y armar
consorcios para terminar con los
basurales, con los sistemas primitivos de recolección y eliminación de la
basura, con sus consecuencias sanitarias y sociales perversas. Además, podría
ser un buen negocio que amortizaría rápidamente los costos del programa. ¿Por
qué no lo hacemos? Porque las universidades no presentan una propuesta y porque
existen resistencias e intereses diversos para mantener la situación actual.
¿Cuántas
propuestas de las facultades de Medicina existen para transformar el sistema de
salud? ¿Cuáles son las políticas de industrialización que proponen nuestras
universidades? ¿Cuánto contribuyen las universidades al desarrollo nacional y
regional? Para responder a estas y otras preguntas semejantes necesitamos elaborar
políticas de conocimiento y crear un consenso estratégico entre los actores
sociales. Esto convertiría a las universidades en agentes de desarrollo.
Si
nos situamos en el lugar de las Facultades de Medicina podríamos imaginar algunas
iniciativas para mejorar el sistema de salud y el desempeño de los
profesionales de la salud.
1°.
Fortalecer la articulación de los efectores en el sistema de salud para bajar
los costos y lograr una atención sanitaria universal y equitativa como en la
Unión Europea;
2°.
Desarrollar un modelo de Atención de la Salud 24 horas online en todo el país;
3°.
Impulsar la investigación biotecnológica aplicada a las ciencias de la salud a
fin de mejorar la calidad de vida de la población;
4°.
Favorecer la formación transdisciplinaria de los profesionales de la salud, de
los bioquímicos, psicólogos, biólogos, ecólogos, sociólogos y otros
profesionales que se interesan en la calidad de vida de la población. Esto
implica adoptar un modelo curricular flexible y abierto como en el Proceso de
Bologna que involucra a 54 países de Europa.
Pero
hay otras razones para adoptar biopolíticas en la investigación y en la
enseñanza de las ciencias de la salud: necesitamos enfrentar en el mundo actual
las tendencias agresionistas y autodestructivas. El número de homicidios, los
hechos de violencia escolar, los actos terroristas, los femicidios, el
asesinato de niños con fines comerciales, los suicidios de jóvenes, la muerte
de miles de personas por sobredosis de drogas, se reflejan en indicadores que
afectan a más de 4 millones de personas por año. Esto muestra la gravedad de
los atentados contra la vida que estamos sufriendo.
Nunca
como ahora los profesionales de la salud han estado tan cerca de las
manifestaciones agresivas y autodestructivas porque a veces son alcanzados en
los hospitales por individuos que pretenden golpearlos. Nunca como ahora pueden
observar que miles de jóvenes y adultos destruyen voluntariamente su vida por
la adicción a las drogas o por desviaciones criminales. El nihilismo social, la
negación de la vida y de la convivencia social, avanza de múltiples formas: en
la vía pública, en las escuelas, en la actividad políticas, en las expresiones
culturales, en los medios de comunicación, en Internet, en los focos de
conflictos armados.
Algunos,
como Kenneth Galbraith denominaron a esta época como “la era de la
incertidumbre”. Gilles Lipovetzky, filósofo posmoderno, habla de la “era del
vacío”. James Lovelocke, desde el
ecologismo radical, presagia el derrumbe de la civilización industrial y del
planeta. Profecías escatológicas y apocalípticas hay de todos los gustos.
Circulan por Internet videos o dibujos animados con las visiones más
siniestras. E inclusive se han formado tribus urbanas de jóvenes nihilistas,
agresivos o suicidas. A la crisis de las relaciones sociales se le añade la
pérdida del sentido de la vida.
Como
agente de las políticas del conocimiento la misión inherente de la universidad
en esta era de crisis de las relaciones sociales, sería la de sostener la
cultura de la vida. Las biopolíticas aparecen como respuestas adecuadas para
afrontar diversos problemas mundiales:
·
El hambre y la pobreza extrema que afecta a
casi mil millones de personas
·
El desarrollo de biotecnologías capaces de incrementar las
producciones agropecuarias y de curar enfermedades humanas, pero también de modificar
peligrosamente la reproducción natural de la vida
·
Las tendencias agresionistas y nihilistas de
diverso orden que amenazan la vida de los individuos y las relaciones sociales.
Para
las ciencias de la salud la biopolítica pertinente debería ser la de investigar
y resolver problemas relacionados con la calidad de vida de los individuos y de
la sociedad en general.
Si
nos ubicamos frente al nihilismo social que nos amenaza es evidente que
necesitamos crear una nueva consciencia social. En su libro “La evolución
creadora” el filósofo francés Henri Bergson introdujo la idea del “impulso
vital” como la fuerza que anima todos nuestros procesos sociales. Por su lado,
antropólogos e historiadores han destacado que los grupos humanos elaboran una
cierta “inteligencia colectiva” para enfrentar sus desafíos y evolucionar.
Ahora nos hace falta fortalecer el
aspecto vital de nuestra inteligencia colectiva si queremos evitar mayores
catástrofes.
Cuando
un pueblo o una sociedad carece de políticas de conocimiento y de biopolíticas
adecuadas se encuentra en peligro. Es el caso de muchas sociedades en el mundo
actual y en particular de la nuestra. Si esto es así parece que la misión
histórica de las universidades debería ser la de fortalecer la inteligencia
colectiva y las biopolíticas tendientes a lograr un bienestar colectivo. Lo que
supone la búsqueda de un consenso estratégico para definir un modelo de
desarrollo con uso intensivo del conocimiento y con un fuerte sentido de la
vida.
Entre las facultades de Medicina de Argentina
se han establecido estándares comunes para acreditar las carreras. Esto
permitió también avanzar en la construcción de un curriculum común para las
profesiones médicas en el Mercosur. Hubo avances en las definiciones sobre el
perfil de la profesión médica. Pero aún resta por acordar puntos de vista sobre
el conjunto de los profesionales que intervienen en los problemas de la salud.
Pensando
en el presente y en las próximas décadas para nuestro país es evidente que
deberíamos aprovechar al máximo todo el potencial educativo, científico y
técnico de que disponemos para crear otro modelo de desarrollo con uso
intensivo del conocimiento y con un enfoque igualitario. ¿Cómo lograr esto a
nivel del sistema de salud? Tendríamos que ilustrarnos con la experiencia de
los países de Europa del Norte sin olvidar que tenemos contextos de pobreza y
desorganización muy peculiares.
También
deberíamos preguntarnos qué podemos aportar desde las Biopolíticas para
revertir las tendencias agresionistas de nuestra sociedad. Las facultades de
ciencias de la salud tienen que intervenir en los medios de comunicación para
neutralizar toda la cultura agresionista que circula en la televisión y en
Internet. Han surgido informalmente espacios o páginas web destinadas a
difundir conocimientos médicos, psicológicos, farmacéuticos y otros. Las
Facultades de Ciencias de la Salud tienen que ocupar un espacio permanente en
la cibercultura, deberíamos tener hospitales online cuyo principio orientador sería
difundir la cultura de la vida.
Desde
el punto de vista de las políticas del conocimiento necesitamos saber cuál será
el perfil del médico, de las enfermeras, de los bioquímicos, de los psicólogos,
de los odontólogos y de los distintos especialistas en los próximos diez,
veinte o treinta años. Todavía no estamos asimilando los impactos que sobre
estos campos están teniendo las investigaciones genéticas, de la biología
sintética, de las biotecnologías o de la
bio-informática.
Ya
están entrando en el mercado profesional los ingenieros médicos o los
bio-ingenieros, un híbrido entre las ciencias de la salud, la ingeniería
informática y las biotecnologías. Deberíamos disponer de un informe periódico
cada tres años sobre la evolución de las profesiones, las ciencias, las
tecnologías y las necesidades de la sociedad. A partir de este Observatorio
podríamos definir mejor los proyectos de investigación, los cambios
curriculares, el perfil de los docentes y los servicios a la sociedad.
Conocer
es vivir, vivir es conocer. Esto es válido tanto a nivel de los organismos
unicelulares como a nivel de las complejas organizaciones humanas. Para
nosotros las políticas del conocimiento son tan importantes como las
biopolíticas sin queremos sobrevivir en la Era del Antropoceno. Asumir este
nuevo paradigma implica repensar el perfil de los profesionales de la salud,
reformar las estructuras institucionales, enfrentar nuevos objetos de
investigación.
Todos
los graduados universitarios, y en general todos los ciudadanos de esta Era
Global, debemos pensar en las políticas del conocimiento que pueden definir
nuestro desarrollo y nuestro futuro. Pero estamos acostumbrados a creer que en
el sistema mundial solo se juegan objetivos políticos, económicos o militares. Deberíamos familiarizarnos con los estudios
sociales de la ciencia para participar en la construcción de un modelo de
desarrollo inteligente y solidario.
Por
sobre todas las cosas debería preocuparnos el futuro de nuestros jóvenes y la compleja
trama de crisis que amenazan sus posibilidades de una vida digna. Socializar a
los jóvenes constituye más que nunca una misión central de la universidad.
Brindarles valores, competencias cognitivas y sociales, más allá de la especialidad
que elijan debería ser el centro de la formación básica universitaria. De
hecho, la formación humanista ha renacido en Europa, en Asia y en América.
Vivir es conocer, conocer es vivir, esto quiere decir que el camino de la
superación de los desafíos actuales pasa por el conocimiento y por la
consciencia de la vida.
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