Dr. Augusto PÉREZ LINDO
Conferencia inaugural del INSTITUTO
UNIVERSITARIO SUDAMERICANO. Montevideo, 21 de abril de 2016. 18 hs.
LA IDEA DE UNA UNIVERSIDAD SUDAMERICANA
PARA EL DESARROLLO INTELIGENTE Y SOLIDARIO
Agradezco
ante todo a Enrique Martínez Larrechea y a los amigos cofundadores del
Instituto Universitario Sudamericano por haberme invitado a esta disertación
inaugural. Siento que formamos parte de
una América Latina que está luchando para construir una nueva “inteligencia
colectiva” a fin de alcanzar un modelo
de desarrollo inteligente, sustentable e
igualitario.
Nosotros,
en América del Sur necesitamos una nueva concepción de la universidad centrada
en las políticas del conocimiento, en las nuevas culturas de aprendizaje y en la transformación de la sociedad. Esta es la idea central que me gustaría
exponer.
Algunos
pensarán que no es un momento propicio, que vivimos en medio de crisis,
mutaciones y contradicciones. Justamente por eso tenemos la posibilidad y la
necesidad de inventar nuevos caminos para la educación y para la universidad.
Podemos repensar la misión de las universidades en la perspectiva de un nuevo
orden mundial. Obviamente este no es un proyecto de implementación simple. En
todos los continentes han surgido nuevas escuelas y nuevas universidades. En
todas partes hay pioneros. Podemos sumarnos a los que exploran el futuro o
podemos contentarnos con un lugar aceptable en las estructuras convencionales.
He aquí una primera disyuntiva y podemos repetir lo que decía Simón Rodríguez:
“o inventamos o erramos”.
Estamos
viviendo diversas mutaciones en el sistema ecológico, en los entornos
tecnológicos, en el sistema económico, en las relaciones sociales, en nuestras
identidades. Las ideas sobre la realidad y sobre la verdad están cambiando como
correlato de los cambios objetivos que se producen en todas las dimensiones.
Vamos hacia un nuevo mundo pero no sabemos cuál. Estamos en una era de
incertidumbres.
La
nave del conocimiento en la que viajamos hacia el nuevo mundo marcha a la
velocidad supersónica produciendo más de dos millones de publicaciones
científicas y sintetizando miles de
sustancias químicas cada año, multiplicando permanentemente las innovaciones técnológicas,
formando millones de personas especializadas en las distintas profesiones. Pero
en el interior de la nave, en nuestras universidades, todo parece estable:
aprobamos programas de estudios que duran años mientras que el conocimiento se
renueva permanentemente. Nunca ha sido tan grande el desajuste entre las
formaciones universitarias y las necesidades de la sociedad, el Estado y la economía.
Muchos
creen que la naturaleza humana y la
sociedad siguen siendo las mismas. Por lo tanto piensan en términos de las teorías del siglo XX. La mayoría de las universidades
latinoamericanas siguen trabajando en horarios administrativos del siglo XIX
mientras que las informaciones científicas no dejan de renovarse durante las 24
horas del día y se transmiten por Internet. Mientras que los problemas
mundiales empujan hacia la construcción de una ciudadanía global, algunos
siguen pensando en los términos territoriales del pasado. Las categorías del
tiempo y del espacio de las burocracias del pasado siguen regulando las
instituciones educativas y universitarias. La estructura del sistema educativo
se rige por los criterios de edad mental y edad escolar establecidos a
principios del siglo XX. Entretanto, ya
tenemos miles de jóvenes que superando esas categorías están entrando a la
universidad a las edades de 12, 13, 14,
15 años. Muchos se instruyen en sus
casas por Internet. La desescolarización avanza al mismo tiempo que se
amplifican los accesos a la información y a los aprendizajes.
En
tanto la economía del conocimiento penetra en todos los sectores algunos siguen
creyendo que el futuro depende de los recursos naturales. ¿Cuánto queda de
natural en las pampas húmedas de Argentina y de Uruguay? Las semillas
transgénicas, las tecnologías agropecuarias y el tratamiento de suelos han
alterado todas las condiciones iniciales. Con la clonación de animales ya hemos
dado un paso decisivo hacia la industrialización de la agricultura y la
ganadería.
La
realidad mundial está marcada por guerras
y conflictos que involucran a más de
sesenta países de todos los continentes. También está marcada por millones de
personas que sufren la pobreza y la marginación. Que escapan de las guerras o
de las catástrofes ecológicas. Más de sesenta millones de personas emigran cada
año en busca de trabajos de cualquier categoría. Pero las universidades siguen
formando técnicos y profesionales con una visión localista.
Estamos
experimentando cambios que conducen a un futuro lleno de desafíos:
calentamiento global, innovaciones
biotecnológicas e informáticas, globalización de las relaciones sociales, viajes
espaciales que nos inician en la colonización extra-terrestre, economía del
conocimiento que compite con la economía de los bienes tangibles. Todo esto nos
obliga a repensar el mundo. En nuestro caso, en el proyecto del Instituto
Universitario Sudamericano necesitamos partir de una nueva idea de la
universidad.
¿Cuál
es nuestro lugar en el mundo futuro? Es lo primero que tenemos que pensar.
Debemos visualizar las tendencias del nuevo mundo analizando las
transformaciones del presente, los escenarios del futuro. El enfoque
prospectivo debe acompañarnos desde el principio si no queremos quedar
atrapados en las coyunturas.
Viene
bien escuchar lo que decía Don Quijote de La Mancha: “Advertid, hermano Sancho, que esta aventura y las a estas semejantes no
son aventuras de ínsulas, sino de encrucijadas…”. Nuestra misión
intelectual debería ser el fortalecimiento de la consciencia histórica de los actores. De
este modo podremos potenciar la capacidad para auto-determinarnos en función de
un proyecto liberador. En términos de las ciencias cognitivas esto significaría
activar nuestra metaconciencia.
Los
pueblos sudamericanos han venido luchando desde hace doscientos años por cuatro
objetivos: la independencia, la democracia, la igualdad social y el desarrollo.
Todos estos procesos están inconclusos. A veces privilegiamos un objetivo en
desmedro de los otros y seguimos en crisis. Pero nuestra historicidad reclama
una visión totalizadora de los procesos, no podemos seguir pensando de manera
fragmentaria. Profundizar nuestra consciencia histórica sudamericana parece una
misión coherente para el Instituto Universitario Sudamericano. Sobre todo en
los momentos decisivos que estamos viviendo y que nos exigen el máximo de
lucidez para la acción.
En
tanto partes de un proyecto universitario resulta coherente situarnos en los
nuevos contextos del mundo para proponer una nueva concepción de la universidad. Muchos especialistas han
identificado el modelo universitario latinoamericano como profesionalista, es
decir, como una fábrica de diplomas de profesiones liberales. En las últimas
décadas, este perfil monodisciplinario,
profesionista, de la universidad se fue modificando con la creación de
programas de posgrado, de investigación, de innovación tecnológica, de
transferencia de servicios a la sociedad, de atención a movimientos sociales,
empresas y organismos del Estado. A pesar de eso la función dominante sigue
siendo la de formar profesionales en facultades monodisciplinarias, con
programas de estudio rígidos durante más de cinco años.
En
años de 1990 apareció la idea del Modo 2
de Producción de Conocimientos con los trabajos de Michel Gibbons que ponían de
manifiesto que en los centros universitarios y de investigación de las
universidades destacadas del mundo occidental habían aparecido nuevas
prácticas. Con programas académicos y de investigación transdisciplinarios,
orientados a resolver problemas de la sociedad, con mayor reflexividad epistemológica, con la exigencia de rendir cuentas a la
sociedad. En las sociedades post- industriales estos análisis sirvieron para
potenciar los avances de las economías con uso intensivo del conocimiento.
Estas
ideas fortalecieron ciertas tendencias que ya estaban en el campus universitario. Justificaron políticas
institucionales, nacionales y regionales para crear un nuevo enfoque de la
universidad más centrado en la producción y aplicación de conocimientos
científicos. Las universidades y las agencias de política científica se
abrieron a nuevos programas interdisciplinarios, más pragmáticos, más exigentes
en cuanto a la evaluación de los resultados. Se multiplicaron los programas de
extensión y de transferencia hacia la sociedad. Se produjeron innovaciones pero
muchas universidades continuaron
funcionando como enseñaderos credencialistas, o sea, para brindar diplomas que
no siempre garantizan la empleabilidad de los graduados. De esto se queja Alan
Renaut, Director del Centro Europeo de Educación Superior cuando se pregunta en
un libro de 2012: ¿para qué sirven las
universidades?
En
América Latina la idea del Modo 2 de
producción de conocimientos circuló entre las agencias de políticas
universitarias y científicas, se
discutió en variados foros y conferencias. En los hechos solo una minoría
asumió la idea como un nuevo horizonte para las políticas institucionales. Sirvió
sobre todo para fortalecer los programas de investigación, los posgrados y la
cooperación internacional. Aspectos que tuvieron un gran crecimiento en las
últimas décadas.
Sin
embargo, siguió prevaleciendo el tribalismo académico, es decir, el pensamiento
corporativista, profesionalista. Un ejemplo: en Argentina en medio de las
innovaciones de las últimas décadas creció mucho la investigación y el
posgrado, pero éste último todavía no tiene un status jurídico e institucional.
La Ley de Educación Superior solo concierne la organización de carreras de
grado. No hay ni presupuesto, ni planta
docente, ni claustro de alumnos de posgrado en las universidades estatales de
Argentina.
En
toda América Latina también siguió prevaleciendo la atomización institucional, la
feudalización de facultades y de cátedras. El índice de cooperación
institucional entre universidades públicas, o entre éstas y las privadas, es
muy bajo. Felizmente surgieron algunos programas de cooperación
interinstitucional y transnacional, como
la Asociación de Universidades Grupo Montevideo (AUGM) que es la iniciativa
con más éxito de cooperación
universitaria regional en América del Sur. También surgieron otros proyectos en
varios países latinoamericanos para reforzar la investigación y promover la
cooperación internacional.
Podemos
preguntarnos si nos basta con adoptar el punto de vista del Modo 2 de
Producción de Conocimientos o si debemos colocarnos en otra posición. En un
trabajo reciente sobre la emergencia de la sociedad del aprendizaje Joseph
Stiglitz sostiene que la brecha que separa a los países ricos y de los países
pobres depende del conocimiento y sobre todo de la capacidad para aprender a
aplicar los conocimientos. Aquí aparece una cuestión importante: ¿basta con
crear universidades, centros científicos y escuelas para mejorar las
posibilidades de crecimiento? Thomas Pikety, en su libro sobre el capital en el
siglo XXI, dice que no, que las estructuras del capitalismo favorecen de todos
modos la desigualdad en el crecimiento y en la distribución del ingreso.
Entonces
nosotros, sudamericanos, debemos pensar en estrategias que combinen el uso
intensivo del conocimiento, la solidaridad social, la sustentabilidad ecológica
y el desarrollo. Debemos pensar de manera más compleja, más holística, más
integrada, la función del conocimiento. Esto nos lleva a la idea de una
universidad ligada a un desarrollo inteligente y solidario.
En
1968 me tocó evaluar un estudio prospectivo de la Organización para la
Cooperación y el Desarrollo Económico en relación con la formación de recursos
humanos para el desarrollo en Argentina. En ese estudio aparecía que ya en los
años 60 el problema de la Argentina no era la escasez de médicos, contadores,
abogados o arquitectos. Todo lo contrario. Inclusive en el área de ciencias
agrarias se verificaba que casi el 75% de los agrónomos trabajaba en oficinas
públicas y no en el campo. Lo que revelaba el estudio entre otras cosas era que
la productividad era baja en todos los sectores de la economía y el Estado
porque no se aprovechaba el potencial humano que ya existía. Lo que hacía que
sobraran abogados y que no tuviéramos un sistema de justicia eficiente, que
sobraran médicos y faltaran políticas sanitarias o que sobraran arquitectos y
faltaran viviendas. Entre Uruguay y Argentina solamente encontramos más de
300.000 graduados de la educación superior trabajando en el extranjero.
Analizando
los factores del éxito de algunos modelos universitarios descubrí que el factor decisivo en la eficacia
social de las universidades era el “modo de vinculación con la sociedad”, es
decir, lo que después Michael Porter en “Las ventajas competitivas de las
naciones” denominó “el despliegue de los factores”. Por ejemplo: Japón tenía
cien años atrás menos posibilidades potenciales que Argentina, pero invirtió en
educación y tecnología para compensar la falta de petróleo, de hierro, de
territorio, o sea de recursos naturales. Argentina en cambio tenía recursos
naturales abundantes pero invirtió poco en el capital humano por lo que
favoreció un Estado y una clase dominante rentística. Al cabo del tiempo Japón
se hizo rico y la Argentina se hizo pobre.
Si
hablamos de los recursos naturales América Latina los tiene en mayores
proporciones que el sudeste asiático o que China. Si hablamos del potencial
intelectual también podemos decir que la región tiene en estos momentos
recursos abundantes. De acuerdo a los indicadores de la Red Iberoamericana de
Ciencia y Tecnología - RICYT- y a estimaciones propias América Latina en
conjunto tenía hacia 2015 más de 24 millones de estudiantes universitarios,
800.000 profesores universitarios, unos 475. 000 investigadores científicos, 2
millones de graduados universitarios por
año, cerca de 21.000 graduados como doctores en todas las disciplinas
cada año. Agreguemos a esto que más de 20 millones de asalariados en la fuerza
de trabajo de la región poseen diplomas universitarios. O sea, disponemos de un
poderoso cognitariado como lo
denominaba Peter Drucker. Tenemos las condiciones para crear una economía con
uso intensivo del conocimiento. ¿Por qué no lo hacemos?
Entre
otras cosas porque la clase dirigente no tiene conciencia de las nuevas
condiciones para asegurar el desarrollo a través del conocimiento. La Universidad reproduce el modelo académico
profesionalista, el Estado emplea
profesionales como funcionarios
burocráticos o punteros políticos, el sector privado invierte poco en
investigación e innovación, la sociedad civil funciona con organizaciones
precarias. Esto nos revela que resulta insuficiente adoptar el Modo 2 de
Producción de Conocimientos. No se trata de perfeccionar o mejorar la
eficiencia de las universidades. Se trata de volcarlas hacia la sociedad para
provocar una transformación mediante el conocimiento. Esto requiere sin duda un
cambio en la mentalidad de la clase dirigente de todos los sectores.
Pensemos
en la experiencia del Sudeste Asiático en el siglo XX que demostró la
posibilidad de romper las barreras del subdesarrollo. Las universidades no se
propusieron de entrada superar al Occidente en Ciencia y Tecnología. Más bien
se pusieron a copiar todo lo que necesitaban asimilar inmediatamente. Y
apostaron por un lado al futuro y por el otro lado a la diseminación del
conocimiento en el conjunto de la sociedad: en el Estado, en las empresas, en
los sindicatos, en la sociedad. Estrategia prospectiva para investigar y
transferencia pragmática de los conocimientos al mismo tiempo.
Las
universidades pueden convertirse en un actor central de un nuevo proceso de
desarrollo. La Universidad de Berlín fundada en 1809 se propuso colocar a Alemania en la vanguardia de
la ciencia y la tecnología. Y lo logró en menos de treinta años. La Universidad
China, a partir de 1980, junto con todo el aparato del Gobierno, se propuso
provocar una rápida modernización del Estado, de la industria, del sistema
científico-tecnológico, de la economía. Lo logró en menos de 10 años. Si el
conjunto de las universidades latinoamericanas en alianza con el Estado, la
sociedad civil y las empresas, adoptaran una estrategia semejante la región
podría pasar rápidamente a otro estadio de desarrollo. Con esto queremos
señalar que se necesita impulsar explícitamente un “nuevo modo de articulación
entre los productores de conocimiento y los actores económico-sociales”. Nuevamente
observamos que resulta crucial la toma de consciencia por parte de las clases
dirigentes políticas, gubernamentales, empresariales, sindicales, de
organizaciones sociales.
Este
nuevo modelo de universidad en América Latina podríamos denominarlo el Modo 3
de Producción de Conocimientos. Adoptar este enfoque implica redefinir las
políticas de investigación, de innovación tecnológica, de formación de
profesionales, de transferencia de conocimientos a la sociedad. Se trata de
pensar las universidades como unidades de producción científica, de movilización
social, de servicios a la sociedad. Para alcanzar esta meta precisamos lograr
un consenso estratégico entre las universidades, el Estado, las empresas y las organizaciones sociales para
adoptar un nuevo proyecto de desarrollo inteligente y solidario. Esto sería
contribuir a la conquista de un futuro de bienestar para América Latina.
Hacia
1999 las universidades europeas, de manera autónoma y más allá de los límites territoriales
iniciaron un proceso para crear un nuevo espacio europeo del conocimiento con
el fin de competir con el Sudeste
Asiático y Estados Unidos. El Proceso de
Bologna partió de una situación muy parecida a la que tenemos nosotros en
América Latina: mucho capital intelectual y poco aprovechamiento del mismo. Con
una desventaja: la región no tiene muchos recursos naturales estratégicos. En
cambio si tiene un fuerte compromiso de las empresas con la investigación y la
innovación, algo que nos falta en América del Sur.
Preparar
el terreno para un consenso estratégico regional en torno a un modelo de
desarrollo inteligente y solidario podría ser uno de los ejes del Instituto
Universitario Sudamericano. Esta misión puede realizarse al mismo tiempo que el
IUSUR se ocupa de cubrir las demandas de recursos humanos altamente calificados
para la educación en América Latina. Porque no es lo mismo preparar agentes
funcionales del sistema educativo que formar actores y líderes para un proceso
de desarrollo nacional y regional. Lo cual significa que los cursos del IUSUR para
formar profesores o profesionales tienen que tener la impronta de las políticas
del conocimiento.
Tenemos
que tener en cuenta además que se encuentra en curso un cambio en el modo de
producción y distribución del conocimiento que tiende a descentrar o a
desmonopolizar la función de las universidades como distribuidoras de saberes
científicos, profesionales y técnicos. Nos encontramos ya inmersos en una nueva
cibercultura que se transforma progresivamente en un sistema educativo global,
virtual y gratuito. Cualquiera puede, desde cualquier lugar del planeta,
acceder a los conocimientos científicos y técnicos. Las fronteras de los
sistemas educativos están desbordadas. Las territorialidades también. Esta
conferencia podría estar siendo seguida on line en este momento en Afganistán o
en otros países con traducción en lengua
local.
Teniendo
en cuenta los cambios en el modo de transmisión de conocimientos el IUSUR
debería adoptar nuevas metodologías de aprendizaje donde combinar innovaciones
relacionadas con las tecnologías de la información, enfoques de aprendizaje
personalizado y reflexivo, métodos de aprender resolviendo problemas y experiencias
de trabajo en equipo. Es decir, no se trata de asimilarnos a la cultura de
Internet sino de combinarla con virtudes de la cultura académica clásica: el
aprender a pensar, el aprender a interpretar las informaciones, el aprender a
compartir la resolución de problemas.
Necesitamos
un sistema curricular flexible, abierto a la globalización y a la combinación
transdisciplinaria de conocimientos. Lamentablemente, las instituciones
reguladoras de la educación siguen exigiendo programas rígidos, contenidos enciclopédicos
y permanentes, evaluaciones individuales y memorísticas. Al programa europeo de Bologna le llevó más de
diez años imponer un currículo flexible, reflexivo, abierto, transnacional y
pragmático.
El
Instituto Universitario Sudamericano puede ser al mismo tiempo una usina de
pensamiento estratégico para la región, una institución capaz de crear articulaciones con la sociedad
y el Estado, un agente de innovación educativa y un centro de investigación. Debemos
proponernos formar individuos creativos, ciudadanos globales, comprometidos con
el desarrollo inteligente y solidario de la región. Tenemos pendiente
consolidar la ciudadanía sudamericana, tenemos pendiente la formación de nuevos
educadores para el siglo XXI, tenemos pendiente la formación de un Estado
inteligente. Son otras tantas tareas que nos recordarán que nos convocan varias misiones para servir
a nuestras sociedades.
En
el relato de la Odisea aparece que en el regreso a Ítaka, Ulises debe
recurrir a su astucia para superar las amenazas que se le presentan. En algún
momento los navegantes debían precaverse
del canto de las Sirenas porque podían llevarlos a un desenlace fatal o
frustrar la llegada al destino. En la historia de América Latina hemos sido
permanentemente desorientados por el canto de sirenas de las coyunturas, de las
falsas antinomias, de las visiones
sesgadas de las cosas. Muchas veces perdimos el rumbo que la inteligencia nos
dictaba porque nos obnubilamos con apariencias o ilusiones. Es hora de que nos
apropiemos de nuestro futuro con lucidez. El ser humano se sostiene como
especie y como civilización en cuanto tiene proyectos. Nuestro camino pasa hoy
por el uso sistemático de la inteligencia a fin de resolver nuestros problemas.
Servir a la liberación a través del
conocimiento esta debería ser la
insignia del Instituto Universitario Sudamericano.
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